21 de noviembre de 2009

Piadosa mentira.

Llovía… desde aquel momento cada vez que veo agua, me acuerdo de ese día, de ese momento…

Es verdad que uno siempre recuerda de los malos momentos y no los buenos, que cuesta pedir perdón pero es fácil recibirlo, que uno promete y nunca cumple, que cuando uno ama y luego no es correspondido, sufre y piensa que ese dolor es para siempre y solo dura unas semanas, que todos somos egoístas, que es mas fácil recibir que dar, y que uno realiza 9 malas acciones luego de hacer una bien…

Estaban las dos solas, como fieles acompañantes de guerra, donde uno quiere ganar a toda costa, donde no importa que conflicto sea, solo tener la victoria para luego recordársela a su opositor.

Ella, una mujer mayor, de mirada madura y cansada de tanto trabajar; se notaba por su expresión que quería tirar ese molesto aparato por la ventanilla del auto; hasta a su hija le molestaba ese repetitivo sonido que seguía con varios minutos de una extensa charla con personas de menor o mayor rango que su madre haciéndole preguntas sobre su trabajo; pero esa llamada fue especial.

Ella no contaba que esa hermosa lluvia que inundaba el pavimento haría que por un descuido no viera aquella curva tan conocida en la ruta.

Todo fue muy lento y rápido simultáneamente, la conductora de 47 años apenas pudo agarrarse del volante para no golpearse la frente, y gracias a esa “tonta” costumbre de usar siempre el cinto, sólo tuvo heridas superficiales, además de una pierna rota. Pero aquella niña de 16 años no pudo decir lo mismo, salió despedida directamente a la ruta que por suerte en ese momento no estaba transitada.

La mujer vio a su hija yéndose lentamente, vio como su cabeza rompía el vidrio e iba saliendo del auto como si fuera una película de terror en donde pasan todo lento para que se le ericen el pelo de la nuca al espectador; del susto se desmayo y quedo dentro de ese auto hasta que alguien que pasaba por casualidad por allí llamo a la ambulancia.

La mujer despertó pensando, o más bien deseando que todo lo sucedido fuera una pesadilla, pero aquel olor a medicamentos, las sabanas blancas y ver aquellas bolsas de transfusión de sangre no le dejaron pensar en eso. Gritó, lloró y se quiso parar hasta que vino un enfermero y le pidió que tomara asiento, pero ¿Quién podía tranquilizarse a sabiendas de que su hija estaba herida o algo mucho peor por ese entupido descuido? era madre y aquella rebelde sin causa era su hija; aunque estuvieran peleando todo el día, nunca podría decir que no la amaba.

-Señora, su hija esta en la otra camilla- le dijo tratando de consolarla y seguramente pensando que tranquilizante le pondría luego- por cierto, tuvo heridas muy graves, estuvo al borde de la muerte pero ahora esta mucho mejor… únicamente debo comentarle que no están muy convencidos los doctores de que podrá volver a caminar, lo lamento…-

El amable muchacho se fue y la dejo sola con su hija todavía inconciente… tenia solo 16 años, todavía no había vivido la vida en toda su plenitud y ella le había sacado sus piernas… ¿Qué clase de madre soy? Se preguntaba en su fuero interior.

Pasaban los días y aquella mujer no dejaba de maquinar su cabeza con preguntas retóricas que nunca serian respondidas, culpándose de cosas incoherentes; ella y su hija salieron del hospital y estaban en su casa solas, ya que eran las únicas que integraban esa familia; pero ya no parecía un hogar, aquella mujer demacrada por el sufrimiento lloraba todos los días, y más al notar que desde entonces su hija estaba postrada en una silla de ruedas y no hablaba; lo único que hacia era seguirla y mirarla fijamente, pero sus ojos no describían ningún sentimiento, estaban vacíos.

Ya parecía un circulo vicioso sus acciones, se despertaban, la madre atendía a su hija y esta lo único que hacia era mirarla. La había llevado a especialistas para saber la causa de este problema, pero todos le decían lo mismo “esta en perfectas condiciones, no se que esta ocurriendo”, y con el tema de caminar pasaba lo mismo, decían que ella tenia fuerza en las piernas, que estaba todo en correcto orden pero no sabían porque no caminaba o no movía las piernas. Pero la gota que colmó el vaso de la depresión de esa mujer fue cuando la llevó a un psicólogo para ver si no era todo psicológico, la dejó a solas con el profesional y al salir, éste le dijo que seguramente lo que pasaba es que aún estaba en estado de shock por el choque, y que no sabía si se iba a recuperar.

La mujer se transformó completamente en una loca: vivía depresiva, sin fe, ya no creía en ningún dios, veía a la gente con envidia; en fin, directamente lo que menos hacia esa mujer era vivir, en ves de eso prefería la muerte. Ya no soportaba la culpa de haber chocado, de tener que soportar la mirada de su hija, de no ser la de antes, del silencio sepulcral en esa “casa” que antes estaba colmada de risas de los amigos de su hija o los gritos de ambas al no compartir los mismos ideales; quizás fue eso, o un arrebato de su locura lo que hizo que una noche, decidiera desesperadamente la muerte.

Buscó por toda la casa el arma que guardaba en memoria esposo, la sujeto con ambas manos en su habitación pensando si funcionaban con tanta eficacia como en las películas, la apoyo contra su pecho frente a un espejo para ver la imagen que dejaba, pero se fijo en una figura que estaba atrás suyo, era su hija en la silla de ruedas viéndola sin ver como se apuntaba, y esa visión fue lo ultimo que faltaba para que este completamente segura de lo que hacía, y con una leve presión, pudo sentir que levemente se iba alejando de esa cruel vida, pero antes pudo verme a mi, levantarme de mi silla de ruedas reírme a carcajadas a causa de su decisión y salir por la puerta caminando ya que nunca había necesitado aquella silla.



Ayelén Castaño.

18/11/09