25 de abril de 2010

Había una vez…

Hoy comenzaré una bella historia que trata de dos jóvenes y hermosas princesas llamadas Sheila y Ayelén que vivían en un misterioso reino plegado de hadas, duendes y poderosos elfos que podían realizar cualquier hechizo mientras no perjudicara a los demás. Sus padres, muy generosos y amables, eran justos y todos estaban de acuerdo con su reinado, que luego sería de ambas niñas, criadas para hacer el bien y nunca el mal.

En realidad, si la historia fuera así de aburrida, empalagosa y “perfecta”, no sería una historia, así que, vamos a contarla como realmente era: Sheila era una niña alta, tan alta que sólo podría casarse con un gigante, porque los demás hombres del reino, eran muy bajos en comparación; era muy simple, nunca quería demostrar que era mejor que los demás, por lo cual siempre prefería reprobar materias como aritmética sólo para que el resto se sintiera bien y feliz por superar la nota de la princesa, pero cuando estaba al borde de ser llevada con los elfos para que la destierren por su falta de atención en clase (por jugar con las hadas, charlar con los duendes, mirar las moscas danzando por los aires, o hacer alguna cosa más divertida que aprender cálculos o la anatomía humana), o al no aprobar las materias, ella tuvo que pedir ayuda a su hermana ya que no quería ser desterrada y no quería estudiar. Ayelén, la hermana de Sheila, era todo lo opuesto a su hermana, desde ser un pequeño corchito que todos debían bajar la mirada para poder observarla hasta ser una sabia en cuerpo de niña, ya que nunca desaprobó las lecciones de su profesor Sir Fauno, de tal forma que ganaba alabanzas y cantos de sus compañeros con una sola palabra que sabían en conjunto “traga”.

Sheila le pidió a su hermana La Traga que la ayudara en su dilema, y ambas diseñaron un ingenioso plan, Ayelén le pararía su hoja para que su hermana se acordara las respuestas al leer sus apuntes, y ella le ayudaría a poder a encontrar la pasión de la vida, ya que según Sheila, la vida no sólo eran libros.

Y así comenzaron, la corchito le mostraba sus hojas a su hermana, y ella al ser mas gigante que humana, podía ver sus respuestas perfectamente desde arriba de su cabeza, y el profesor no se daba cuenta ya que si miraba mucho tiempo hacia arriba, terminaba con dolor de nuca; lo hicieron una vez, luego dos y terminaron por hacerlo en cada ocasión que pudieran, porque para ambas, era un juego muy divertido.

Pero hasta acá Ayelén cumplió su parte del trato con una perfecta exactitud, tanto que su hermana termino yendo del D al B en un mes; ahora le tocaba el turno a Sheila, y lamentablemente no sabía que hacer y no recordaba qué había planeado para mostrarle la vida a su hermana.

- Ayelén, hermana mía, no me eh acordado de lo que pensaba hacer contigo para mostrarte la vida en toda su plenitud… sabes que soy muy olvidadiza con eso, hasta tal punto que me he olvidado que eras mi hermana- dijo muy apenada Sheila a su hermana una noche en su cuarto del castillo.

- No te aflijas hermana mía, sé que eres distraída pero no te preocupes, ya encontraremos la forma de que cumplas tu parte del trato- Ayelén le tomó las manos a su hermana, y luego notó que esta la miraba confusa.

- Discúlpame hermana mía pero, ¿Qué trato hemos hecho?- la gigante tomó con dos de sus dedos a su hermana para verla a los ojos, desde arriba sólo veía su cabeza; y esta sólo pudo sonreír y acariciarle la cara; siempre sucedía lo mismo con ella…

Al día siguiente, Ayelén le repitió a su hermana el trato, unas 8 veces más en el desayuno y salieron a disfrutar de la vida, trepando árboles (que para Sheila eran ramas) y saltar ranas y duendes que tenían la misma altura que Ayelén. Al final del día, ambas hermanas pudieron comprobar, además de que Sheila necesitaba agilizar su memoria, de que Aye no podía separarse de sus libros y no ser más traga, y que Shei si seguía copiando las pruebas de su hermana nunca aprendería sus materias. ¿Pero saben qué?, a ninguna de las dos hermanas les importó, la traga siguió siendo traga aunque disfrutara de la vida, y la gigante siguió copiando, perdón quiero decir refrescar la memoria, con la ayuda de su hermana, aunque estudiaba.

Fin

Ayelén Castaño 30/03/10